La muerte

La llamamos de mil maneras: la Calaca, la Catrina, la Huesuda, la Parca, la Dientona, la Flaca, la Pálida, la Pelona y hasta la tía de las muchachas y la chingada tienen un referente mortuorio.

Desde la concepción intelectual y trágica de Octavio Paz que dice que “la indiferencia del mexicano ante la muerte, se nutre de su indiferencia ante la vida” hasta el doloroso pregón de José Alfredo Jiménez que asegura que “la vida no vale nada”, queda claro que a los mexicanos “las calaveras nos pelan los dientes”.

Y es que en nuestro país la muerte juega un papel tan importante que se le ha asignado un día especial para rendirle culto: el 2 de noviembre, fecha en que vivos y muertos se reúnen en torno a lo sagrado, y la nación entera se paraliza para recordar a sus difuntos.

Velas y veladoras, flores de cempasúchil, calaveras de azúcar, papel picado, diferentes platillos y el tradicional pan de muerto, se hacen presentes en los altares que son dedicados a la memoria de algún familiar fallecido o para un célebre personaje de la escena mexicana.

En manos de los artistas, la belleza de la huesuda personificada se transforma en un icono de la cultura mexicana. La Catrina fue creada por artistas mexicanos para hacer una representación metafórica de la alta clase social  de México, que prevalecía antes de la Revolución Mexicana. Luego se convirtió en el símbolo de la muerte por excelencia, permitiendo al mexicano burlarse y jugar con ella.

Pero a partir de los años 70´s surge una transgresión en los cultos mexicanos, cuando se comienza a extender una iglesia que rayando en la ilegalidad y  el paganismo rinde devoción y fé a la muerte como ente milagroso y divino: la Santa Muerte.

“Y es así como en las últimas décadas, la Santa Muerte se ha convertido en una especie de icono simbólico para aquellos que son rechazados por el poder de la Iglesia o el Estado. A ella habrá que hacerle un altar, rezarle y ofrendarle cuando se tiene una actividad en la que se pone la vida en peligro (ya sea un lava-vidrios o un narcotraficante), para poder robar sin ser capturado o por el contrario, recuperar objetos robados, encontrar personas secuestradas o al asesino de un ser amado”—sostiene la intelectual Gabriela Galindo.

Así en sus múltiples facetas, la muerte está profundamente arraigada en la cultura del mexicano, quien con sus contradicciones y paradojas sigue ocultando bajo máscaras sus temores y dictando que "para morir, nacímos" y “el muerto al pozo y el vivo al gozo".