El diablo
El mexicano es siempre una paradoja, y a pesar de ser fervientemente guadalupanos y católicos hasta los huesos, hay espacio en el seno de su cultura popular y su tradición oral para seres míticos que no corresponden a la religión católica.
Los mexicanos sentimos fascinación por lo paranormal y lo místico, sea cual sea su transfiguración: extraterrestres, fantasmas, brujería o el culto a la Santa Muerte. Surgen del sincretismo religioso del cristianismo con nuestro pasado indígena que permite el juego y la admiración hacia cosas del más allá y de dimensiones desconocidas.
El diablo, al igual que la muerte, son figuras temibles con las que, a pesar de su connotación, se juega constantemente en la cultura mexicana: en el vocabulario diario, en días festivos, en las danzas, pastorelas, fiestas y hasta en la lotería. El diablo aparece como testimonio de uno de los personajes, iconos de la cultura mexicana en la dualidad del mexicano. Basta con señalar que en nuestro país tenemos hasta un palabra propia para referirnos al demonio: Chamuco.
En las festividades de varios pueblos en el sur y centro de México se usan máscaras de diablo para personificar lo malvado, prohibido y destructivo. En la cultura moderna, el diablo simboliza tentación, seducción y pecado, pero también representa lo inexplicable y lo opuesto a todos los entes superiores a nivel espiritual en el binomio del bien y el mal.
La gente de México es muy afecta a la narración de leyendas en las cuales el diablo aparece más de una vez. En ellas, Satanás aparece en forma de distintos animales, generalmente llenos de ira o de conducta evidentemente anormal para ser un animal, también es común que aparezca ataviado con elegantes ropas negras de charro y montado en un impecable caballo, representando la seducción a la codicia y el poder superior a lo humano, los que logran caer se llevan un escarmiento, generalmente una muerte súbita y llena de dolor, casi siempre sin explicación. Los que salen triunfantes, se les recompensa con una vida larga y plena.